viernes, 23 de julio de 2010

Otra vida

Nuestra historia de amor no es como la de cualquier otra pareja feliz, nuestra historia de amor es triste pero también bonita. Ahora ya nos queda poco tiempo juntos, ambos lo sabemos. Me siento tan culpable por verle sufrir tanto. No se merece esto, siento tanto dolor por el, solo quiero que sea feliz. Cada día intento animarlo y disfrutar al máximo con el, divertirnos. Cada día veo que su tristeza aumenta y sus ojos pierden ese brillo. No soporto verlo tan mal por mí. En esos momentos no soy capaz de decirle nada, solo lo abrazo, lo beso y le digo que lo amo, que todo saldrá bien. No me canso de repetirle que el es y será mi único amor. Lo ha sido todo para mí. Temí mucho contarle la verdad, temí que me dejara, temí que se marchara de mi lado. Por otra parte, pensaba que lo mejor seria que se marchara, para no hacerle más daño, para que se olvidara de mí lo antes posible. No quiso. No se marcho. Aguanto día a día junto a mí. Cuando estábamos juntos en la playa, acostados en la arena mirando la puesta de sol, y el silencio lo envolvía todo, sentía como deseaba decirme lo mucho que echaría de menos esos momentos, pero no lo decía por temor ha herirme. No fue fácil para él, y lo se. Recuerdo como un día, mientras jugábamos entre nosotros y nos reíamos, le pregunte si me seguía queriendo o ya había empezado ha olvidarme. Nunca se olvidara de mi memoria como sus ojos se llenaron en lágrimas y con voz entrecorta y dolida me dijo: ¿Cómo puedes preguntarme eso? ¿Cómo voy a poder olvidarte aunque no estés en mi vida? Los dos nos abrazamos y tras un largo silencio y varias lágrimas, nos dimos un beso. Esa misma noche, dormimos juntos. No sabia que pensar en esos momentos, solo quería disfrutar, guardar en mi corazón cada segundo a su lado, disfrutar de su calidez. Esa misma noche, mientras el dormía, me desperté a causa del dolor. Con los ojos anegados en lágrimas lo mire dormido. Tenía cara de ángel, tan bueno, tan cariñoso, tan enamorado…Le acaricié el rostro y el pelo. El dolor aumentó y casi se hizo insoportable. Me sentí angustiada por que sabía que esa sería la última vez que dormiría con él. Me sentí frustrada. Mientras acariciaba su rostro recordé el día en que se lo conté:

“-Tengo que hablar contigo. Le dije nerviosa por teléfono.- Necesito que nos veamos
-¿Pasa algo?-me preguntó el preocupado.
-Ve a la playa, allí te lo contare todo.

Minutos más tarde, los dos nos encontramos en el paseo marítimo. Le di la mano y lo bese. Caminamos juntos hasta la arena y allí nos sentamos. Ese lugar era muy especial para nosotros, por que nos conocimos allí mismo, una noche parecida a aquella. Estaba nerviosa y triste, no aguantaba más, debía de contárselo.
-Me estas preocupando- Me dijo él.- Desde hace semanas te noto extraña, por favor, dime que ocurre. ¿Hay otro? ¿Me dejaste de querer?
-No.-le dije suavemente. Tenía una bola en la garganta que me impedía hablar. Hacía semanas que sabía la terrible noticia, pero antes debía de asumirla yo sola.
-Te quiero más que nunca pero no se como decirte esto.
-Dímelo ya por favor.
-Hace un mes, fui al médico. ¿Te acuerdas de esos terribles dolores de cabeza que tuve durante tanto tiempo? No aguantaba más, fui. Me hicieron mil pruebas, no te dije nada para no preocuparte. A la semana siguiente, me llamaron para comunicarme los resultados. Tengo un tumor cerebral, y es demasiado grande para la cirugía. No se como decirte esto, pero, debes de saber que no me queda mucho tiempo de vida….”

Apoye la cabeza en la almohada. El dolor era insoportable. Hacía meses que casi no dormía. Pero lo prefería. ¿De que sirve dormir si te vas a morir? Esas largas noches las pasaba reflexionando sobre la vida. ¿Por qué me toco a mí? ¿Por qué tan joven? Siento tristeza por solo haber vivido (de momento) 16 años de mi vida. No creo que llegue a los 17. Me gustaba quedarme despierta, para verlo dormir. Desde la cama vi como las horas pasaban. La luz que se colaba por la ventana iluminaba la mesilla, donde yacía mi gorro preferido. Me gustaba muchísimo tocarle el pelo, cosa que el ya no podía hacer conmigo. Cuando ya no podía más, lograba dormir durante varias horas.
Pasaron varias semanas, y todo iba a peor. El dolor ya me superaba, y tuve que ingresar en el hospital para estar con morfina las 24 horas. No quería admitirlo, pero tenía que hacerlo: ya quedaba poco para irme. Me estaba muriendo y lo acepte. Pase dos agónicos días, solo me calmaba verlo a él y por supuesto, la morfina. No me separe ni un instante de mi familia, y mis amigos. El se quedo cada hora a mi lado. En momentos felices me venían a mi mente recuerdos de mi infancia, y de otros momentos, recuerdos como por ejemplo, la promesa que nos hicimos de estar juntos para siempre, de irnos a vivir juntos, nos los prometimos todo y nos lo dimos todo. Me agarre de su mano fuertemente, y en un último esfuerzo, conseguí decirle: “Se feliz, se que en esta vida no pudimos cumplir nuestros deseos, sabes que te quiero, y que tu y yo estaremos juntos en otra vida”
Vi como su dolor empeñaba su rostro y yo poco a poco fui dejando de sentirlo, y me sumí en un sueño profundo y eterno. Ahí ya no se estaba tan mal... no había dolor.

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