La brisa del mar agitaba con fuerza sus
rizos color borgoña. El color anaranjado del atardecer acentuaba su
peculiar belleza y e iluminaba sus ojos con un tono verde oscuro,
dándole a su vez un matiz delicado y peligroso. Su gélida mirada
recorría de un lado a otro el horizonte, sin quitar la vista de la
mar revuelta. Tenían el viento en contra y su rumbo era incierto.
Siempre lo había sido. Ella no conocía otra vida más que aquella.
Navegar era su vida y siempre sería así. Su padre había sido uno
de los piratas más buscados de los siete mares, y ella no iba a
quedarse atrás. Suspiró con fuerza y tomo una bocanada de aire
marino y después tocó con mimo la superficie metálica del barco.
Ese barco lo era todo, el mar lo era todo.
El humo negro de las
calderas de vapor oscurecía el cielo y dejaba su rastro allá por
donde pasaban. La imponente mole de madera y acero surcaba el mar.
Las velas del barco era mallas de metal finas que hacían que el
barco se desplazará aún más rápido. Ella se separó de la borda
del barco y se ajustó su corsé de cuero marrón para ir más
cómoda. Caminó desde la popa hasta la proa, y allí se detuvo a
mirar el horizonte. Sacó de su bolsillo unos oculares de acero y
cristal y examino más allá de lo que su vista le ofreció. El
viento seguía agitando su cabello con más fuerza. Pero había
cambiado de dirección. Oscuras nubes algodonadas venían de frente.
Se dirigía al corazón de un tormenta. Rápidamente guardo el ocular
y se dirigió a sus subordinados.
-¡Recoger las velas! ¡Prepararlo todo, esta
noche habrá tormenta!
Dicho esto, dio media vuelta y bajo a su
despacho. Mandaría a apagar las calderas, debía de guardar el
combustible para cuando la tormenta amainara, con ella, sería
imposible avanzar. Descolgó el auricular en forma de cono que había
junto a su mesa y dio dos timbrazos. Acto seguido, alguien contestó
y aceptó sus ordenes.
La noche se complicaba
por momentos. El barco había parado sus calderas y ahora se mantenía
a flote como podía en medio del océano. El viento soplaba del
norte, frío y con fuerza y la lluvia golpeaba en la cubierta. Ella
había salido de su cabina donde había dormido un par de horas hasta
que la tormenta había tocado de lleno al barco. Todo se balanceaba
temerosamente más de lo normal, y pequeños charcos se habían
formado en el suelo tras filtrarse de la cubierta. Subió rápidamente
por unas escaleras de caracol y salió al exterior. Allí caminó
bajo el agua hasta llegar a situase junto al resto de la tripulación.
El agua no daba tregua y el barco se estaba colapsando lentamente.
Todos intentaron durante un buen rato achicar el agua, ya conocían
de sobra el procedimiento. La cortina de agua era tal que no podía
verse nada más allá de dos metros, y todo aquello que se veía
estaba iluminado por la fría y potente luz de los relámpagos. Los
rayos caían al mar uno detrás de otro. La tormenta no amainaba, y
el barco serpenteaba por el mar. El oleaje había aumentado y el
viento empujaba violentamente el barco. En uno de esos vaivenes, el
anclaje se rompió y el barco quedó a la deriva. El mar arrastro al
barco, zarandeándolo. El agua se coló por todas las rendijas, y la
ultima planta estaba casi inundada. Cuando iban a poner en marcha la
caldera, todo estaba mojado, era imposible volver a encenderla.
Ella ya había perdido un
poco la calma, pero aún tenía que intentar mantener el barco. Sin
embargo, una fuerte sacudida la hizo caer, y sintió que el suelo se
desvanecía bajo sus pies. El choque había sido bruta. Algo había
golpeado al barco de lleno y lo había levantado por momentos,
haciéndola rodar por el suelo. Se sujetó a la red de tuberías, e
intento volver de nuevo a la cubierta. El panorama era desolador.
Tres de sus cuarenta tripulantes habían caído a la mar y era
imposible ayudarles. El barco había colisionado con un invisible
acantilado de rocas y se hundía poco a poco. Como colofón final, un
rayo dio de lleno en uno de los grandes mástiles, el cual se partió
y calló encima de la cubierta, rompiendo a su paso todo lo que
encontró. Su peso era tal que el barco quedó destrozado y hundido.
El golpe la derribó, y en pocos segundos, su cuerpo quedo sumergido
en el mar. Había perdido a su Furia
Roja. Lo
ultimo que recordó antes de perder el conocimiento, fue el agua
helada y el fulgor de la tormenta.